En un panorama saturado de egos literarios, redes de autopromoción y poetas posando con libros ajenos en ferias que huelen más a marketing que a tinta... aparece, como quien no quiere la cosa, una figura extraña, esquiva y casi fantasmagórica: Macarena Huicochea 😁
Nació en Mixcoac, estudió letras, psicología y ciencias humanas, y un día decidió instalarse en el Caribe mexicano. Podría haber sido coach holística, tarotista chic, curadora de retiros o influencer de frases místicas. Pero no. Se dedicó a... la neta no sabemos a qué se dedica (es rara, ya saben).
Pero sí sabemos que en cuanto a escribir, lo hace bien. Y ojo: cuando decimos “bien”, es bien-bien. Con estructura, con rigor, con obsesión casi masoquista por la calidad formal. Hasta podríamos hablar de algún tipo de TOC editorial. Y es que desde bien morrita soñaba con ser escritora y así. Creció y se hizo bien quisquillosa...
Macarena es de esas personas que no soportan un verso mal escrito, una coma fuera de lugar o una metáfora perezosa. Ama el arte con tanta intensidad, que prefiere ser invisible antes que mediocre. Aunque, a veces, esa necesidad de excelencia raya en un elitismo estilizado que la deja atrapada en un molde que ella misma dice querer romper.
Escritora rara, no por excéntrica, sino por auténtica (y maniática del detalle... incluso cuando eso la traiciona)
Huicochea no busca figurar. No la verás bailando en TikTok con su poemario bajo el brazo, ni vendiéndote su curso de “escritura con propósito”. Lo suyo va por otro carril: simbólico, introspectivo, casi esotérico, pero sin hacer escándalo.
Pero no te confundas: no es tímida, ni mojigata, ni amateur. Es una escritora de largo aliento, editora puntillosa, crítica despiadada y comunicadora aguda. Su paso por medios de comunicación, su papel como editora en el Instituto Mexiquense de Cultura y su trabajo de difusión cultural en diferentes frentes la colocan como una de esas pocas autoras que, sin levantar la voz, te dejan temblando por dentro.
Tiene una conciencia política afilada, y aunque no sea estridente, no se calla lo que duele. Su escritura —que podría pasar por puramente estética— está llena de protesta sutil, de tensión ética, de carga simbólica que revienta desde adentro. Aunque eso sí: su protesta a veces se enreda en su obsesión por lo formal, volviéndose demasiado limpia, demasiado pulida, como si el grito viniera en papel couche.
Umbrales, su libro más conocido, es eso: una protesta elegante contra lo plano, lo rápido, lo sin alma. Pero también es un ejemplo de cómo, a veces, esa misma elegancia puede atenuar la potencia del mensaje. Quieres que te muerda... y solo te rasguña con guantes de terciopelo.
Disruptiva... 💣pero hasta dónde (?)
Aquí viene el matiz: Macarena quiere hacer terrorismo cultural (y a veces lo hace). Le indigna la mediocridad, la impostura, la banalidad disfrazada de vanguardia. Le repugna la literatura hecha con fórmulas de taller, con moldes académicos para becas aburridas.
Pero —y aquí viene el loop— ella misma se mete sin querer en esos moldes. No puede evitar hacer las cosas bien. Bien como un reloj suizo. Bien como una edición de lujo. Bien como una tesis impecable. Tiene alma de anarquista estética, pero cerebro de editora germánica. Una loca con reglas. Una rebelde con corchetes. Una agitadora que corrige la ortografía antes de lanzar el cóctel molotov.
A veces provoca decirle: “¡Suéltate, Maca, rómpelo todo sin pedir permiso ni
pie de página!”
Pero también sabemos que si ella hiciera eso, dejaría de ser ella. Aunque
igual, a veces, uno desearía que se permitiera una locura menos medida, un
desastre más orgánico. Porque tanta precisión puede apagar el incendio antes
de que prenda del todo.
Una conciencia estética con dientes (y guantes)
No es raro que quienes la conocen de cerca hablen de ella como un vendaval amable, una guerrera con voz de terciopelo. Porque detrás de su calma hay una intensidad que abrasa: una pasión desbordante por la literatura con valor, con sangre, con memoria, con riesgo.
Y sin embargo, esa misma pasión la lleva a una especie de jaula de oro: quiere que el arte sea libre, pero no suelta las llaves de la gramática. Quiere romper los límites, pero a veces termina perfeccionándolos. No se lo reprochamos, pero sí lo observamos.
Macarena Huicochea no está interesada en modas. No quiere ser “lectura fácil”. No quiere premios de cartón. Le interesa la belleza, sí, pero no esa belleza cursi de postal, sino la belleza con vértigo, con sombra, con grieta. Aunque a veces esa grieta está tan cuidadosamente colocada, que uno duda si es espontánea o un efecto de diseño.
Por eso mismo, su lugar en el ecosistema literario es tan raro: no entra en la élite sosa, pero tampoco en la contracultura cool. Va por un tercer carril: el de los locos conscientes, los obsesivos lúcidos, los raros valientes. Aunque a veces, en lugar de un derrape poético, nos da una curva perfecta. Y uno, siendo honesto, se queda con ganas del derrape.
Escritora, editora, gestora y comunicadora
No olvidemos que además de escribir con fuerza poética y filosófica, Macarena Huicochea tiene una potente faceta comunicadora. Ha trabajado en radio, ha dado talleres, ha organizado eventos, y ha formado lectores, escritoras y colectivos. Es parte de ese linaje de autoras que no se encierra en su torre de marfil, sino que se lanza a construir puentes, a agitar el entorno, a hacer barrio literario con causa.
Es —aunque ella no lo diga— una mujer con visión política, con clara conciencia de género, de clase, de lenguaje y de historia. Y lo ejerce sin sermón ni panfleto. Su protesta es más eficaz porque no viene en mayúsculas, sino en silencio peligroso. Como las buenas tormentas.
Así es Maca, pues: una mezcla de maestra zen, agitadora de conciencias, editora de élite, escritora de culto y amiga que siempre te dice “lee esto, pero sin prisa… y corrige este adverbio”. Tiene algo de chilena intensa, algo de colombiana sabia, algo de española brillante y algo de mexicana rebelde. Aunque a veces, más que rebelde, parece una infiltrada bien peinada en la resistencia.
Y aunque provoca decirle: “oye, Maca, ¿y si te despeinas un poco más?”, también provoca un aplauso de pie. De esos que no se piden. De esos que nacen cuando algo, simplemente, está bien hecho... aunque quizás podría estar más vivo si se atreviera a desordenarlo todo.
3 Comentarios
Realmente agradecida con esta divertida y genial manera de describirme y definir mi escritura: no estoy segura de si eres el terrible Alí (baba) con sus 40 personalidades o si eres el gemelo malvado de Mared Guerra... pero si sí : gracias, es una de las mejores descripciones de lo que supongo, creo y quiero ser. Un abrazo lleno de alegría ante tu mirada... que realmente refleja gran arte de lo que siento y soy.
ResponderBorrarFelicidades, mirada más profunda que la reconoce .
ResponderBorrarAdil Bentos de la Paz, porque la Guerra ya duró mucho. Abrazos Maca
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