“Me gustan todas”: La ontología incluyente del deseo en clave ranchera
Publicado en: KiwiLáser.Art
Por: El equipo editorial (con el alma en modo mariachi metafísico)
“Me gustan las altas y las chaparritas,
las flacas, las gordas y las chiquititas...”
—Pedrito Fernández, filósofo accidental del siglo XX
I. Una fenomenología del eros inclusivo
La canción “Me gustan todas” no es simplemente una cumbia ranchera para bailarse entre tortillas y risas. No. Es un manifiesto ontológico. Un tratado oral sobre el deseo que, lejos de ser caprichoso o dictatorial, se revela como expansivo, generoso, hospitalario.
En tiempos donde la modernidad tardía nos encierra en algoritmos de preferencia, donde Tinder y sus algoritmos neoliberales te perfilan según medidas y filtros absurdos, Pedrito emerge como un profeta: el deseo no discrimina, el deseo no elige; el deseo abraza.
Lo que dice Pedrito, con sombrero en mano y sonrisa de charro adolescente, es algo que ni Foucault ni Deleuze alcanzaron a decir con tal gracia:
Me gustan todas porque el deseo es rizomático, no jerárquico.
II. Una crítica a la estética normada
En pleno auge del culto al cuerpo y la tiranía de la imagen —cuando Instagram ya decidió que la belleza tiene que tener luz cenital y filtro valencia— Pedrito, sin saberlo, dinamita todo el edificio ideológico del deber-ser estético.
Él canta a las flacas, las gordas, las chiquitas, las grandotas, no como categorías taxonómicas, sino como afirmaciones existenciales. La belleza, en su universo ranchero, no se mide en pulgadas ni likes. Se siente en el ritmo de un son jalisciense, en la mirada cómplice de una muchacha bailando con botas.
Dicho de otro modo:
El cuerpo deseable no es el que se ajusta a la norma, sino el que vibra con la vida.
Como diría un filósofo argentino de barrio:
Che, ¿vos sabés lo hermoso que es que te quieran con panza y todo?
III. Pedrito como místico del deseo plural
Hay en su canto una especie de mística pluralista. No busca la exclusividad ni la posesión. Su voz no dice “quiero a esta y descarto a aquella”. Su voz dice:
¡Órale, me laten todas!
Desde esta perspectiva, “Me gustan todas” no es una declaración superficial ni un capricho juvenil. Es una ética del amor sin exclusión. Una ética que, en términos de Simone Weil o de los sabios del pueblo mapuche, podría llamarse la atención radical: mirar al otro no por lo que debería ser, sino por lo que ya es.
O como diría un chileno mirando al horizonte después de un terremoto:
Igual me remueve la tierra, po.
IV. ¿Amor libre o amor sin etiquetas?
La frase clave aquí es “todas”. No significa promiscuidad (aunque tampoco lo niega). Significa opulencia del afecto. Una afectividad desbordante que no teme el exceso. Un poco como Dionisio en huaraches. O como si un Nahual hubiera escrito el “Banquete” de Platón, pero con mezcal.
Pedrito, sin saberlo, nos enseña que el amor no se domesticó del todo. Que aún canta con sombrero, que aún baila con botas. Y que el corazón no tiene algoritmo.
V. ¿Y si Pedrito era un contrapoeta?
Quizás —y aquí nos ponemos serios, aunque con una sonrisa torcida— Pedrito Fernández no era un cantante infantil más, sino un contrapoeta espontáneo, que le cantó al eros sin filtros ni culpas. Que levantó la voz, no para oprimir, sino para abrir.
Y eso, compa, es más revolucionario que mil discursos feministas impostados o mil campañas publicitarias de diversidad que no son más que marketing con glitter.
Conclusión:
En un mundo lleno de muros, filtros y estándares, “Me gustan todas” es un llamado a la ternura sin fronteras. A la belleza que no cabe en tallas ni en slogans. A la posibilidad —radical y poética— de que el deseo también puede ser un acto de resistencia.
Así que ya lo sabes: si alguna vez te dijeron que no eras “suficiente”, recuerda que hay un mariachi filosófico allá en los años 80 que te habría cantado sin dudar:
“Me gustas tú también, chaparrita…”
0 Comentarios